lunes, 2 de julio de 2012

Desvelo de una noche de agosto. Relato inédito de una veinteañera que no podía dormir.


El calor asfixiante del mes de agosto no le permitía conciliar el sueño, desvelada y malhumorada, con la luz apagada para evitar el calor de la bombilla, intentaba buscar en la oscuridad absoluta el sueño perdido, pero la claridad rojiza de la habitación procedente de aquel reloj despertador con radio que nunca había usado, la irritaba, le mostraba impertinente en números rojos el paso del tiempo, la cuenta atrás.

Era inútil, resignada palpó entre las sábanas buscando el mando a distancia del televisor, lo tomó entre sus manos y pulsó el botón, navegó unos minutos por el interior del aparato, contempló algunas secuencias de aquella serie que en la infancia la había entusiasmado y esperó ansiosa la llegada del protagonista, del hombre que había cubierto durante años las paredes de su cuarto y sus libros. Al fin el superpolicía se bajó del supercoche, pero aquel superhombre del supercoche, que antaño había adorado, se le antojaba hoy rancio y cutre. Con su traje gris bailón de pantalón planchado con raya infinita y su camiseta color pastel marcando el pectoral, le recordaba a los hombres cazadores que, por las noches y pelo en pecho, se apoyan en las barras de los bares con una copa de Bacardí o similar y asedian babeantes a las jovencitas.

Aquel espectáculo made in USA de cocainómanos y putas se tornó insoportable, y tras escuchar los pocos minutos que su estómago se lo permitió la decrepitud de la especie humana, a la que últimamente en este país le ha dado por contar sus intimidades más íntimas en la televisión a altas horas de la madrugadas, apagó el televisor, segura de que pese a todo, mañana volvería a intentarlo.

A punto de dar las tres, se levantó de la cama y sin encender la luz, confiada de sí misma, recorrió el camino de su habitación a la terraza, sorteando con éxito las decenas de obstáculos con los que su madre acostumbraba a decorar la casa. Como cada año por aquellas fechas, la prensa y los informativos habían anunciado a bombo y platillo un chaparrón de estrellas en el que las estrellas fugaces, como efímeras serpentinas de luz, embellecerían la noche y permitirían a las más ilusas pedir al cielo aquello que el suelo se negaba a darles.

Se tumbó boca arriba en las baldosas ya frescas y miró al cielo con actitud romántica, emulando al personaje de alguna novela o de cualquier película. Un minuto, tres, siete, diez, once, doce, trece..., el romanticismo se fue esfumando. Las pocas estrellas que las nubes, la contaminación y la iluminación nocturna de la ciudad permitían ver no parecían sofocadas por el calor asfixiante del mes de agosto, al contrario que ella, debían haber tenido la suerte de sumergirse en una profunda siesta, pues permanecían estáticas, tranquilas, dormidas en su negro y apacible lecho, sin gana alguna de amenizarle la velada.

De sobra sabía que este obsequio de las diosas iba dirigido sólo a quienes previamente habían sido agasajadas con pasar el calor asfixiante del mes de agosto lejos de la ciudad, pero de nuevo, irremediablemente, ella había sido víctima del timo de la lluvia de estrellas en la ciudad, y cuando las baldosas comenzaron a agujerear su espalda se levantó y anduvo...

Anduvo despacio hacia el frigorífico, lo abrió, recorrió con la mirada su interior, examinando al tiempo dentro de cada olla y cada tapergüar, finalmente, se decidió por las aceitunas y el chocolate. Se sentó en el suelo de la cocina, iluminada por la luz de la nevera y sin apenas saborearlas engulló una a una las olivas, primero las negras, después las aliñadas, y luego devoró cuatro onzas de la tableta de chocolate.

Satisfecha la ansiedad, recordó repentínamante su dieta eterna. Mientras la hipocresía de la ensalada de la cena castigaba su conciencia y sintiéndose unos de los seres más rastreros y estúpidos que pisaba la tierra, atormentada por la dictadura anoréxica de los 90, pero sin la suficiente fuerza de voluntad como para someterse a sus dictámentes, juró contrarrestar los efectos de su gula sonámbula a la mañana siguiente, y, entonces, volvió a la cama. Tal vez, si leía un rato, lograría conciliar el sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario